Jul
20
2013

Cenital, de Emilio Bueso



No pretendo enumerar todos los aspectos analizables en un texto pero, de casi cualquier forma que se mire, Cenital es una novela pésima.

Antes de seguir, dos advertencias. La primera: mi reseña, como parece evidente, es muy negativa. Si quieres contrastarla y leer además una entrevista con el autor, te invito a visitar este enlace de La biblioteca de Ilium. La segunda: mi reseña se basa en las primeras 68 páginas del libro, que son las que he aguantado del total de 278 antes de tirarlo metafóricamente a la basura.

Emilio Bueso

Emilio Bueso

La última novela de Emilio Bueso presenta (siempre hablo de las primeras 68 páginas) una España post-petróleo. Las reservas de combustible se han agotado y con ello el modo de vida occidental. Un planteamiento sencillo sobre un tema (la escasez de reservas de petróleo mundiales) ampliamente conocido.

Sin embargo, el protagonista de la novela destila un sorprendente tufo predicador y revelacional, como si hubiera descubierto una información secreta al alcance de pocos que se anticipa a su tiempo, como si sólo él fuera capaz de encajar unas piezas tan dispersas, cuando todos esos detalles se sacan con un esfuerzo documental de Wikipedia y National Geographic.

No contento con el mesianismo del protagonista, el libro intercala pequeños extractos que hablan del problema del petróleo. Y no, no es material original redactado para dar veracidad a la historia y compactarla, sino que son textos directamente fusilados, copias textuales de artículos. ¿Qué hay más real que los artículos reales, debió preguntarse Bueso? ¿Qué hay más perezoso que copiar y pegar los extractos de las búsquedas, sin integrarlas en la novela, digo yo? El cénit de la pereza y el infodump. De las 68 páginas, 10 están dedicadas a esto: cinco para los pequeños textos y cinco en blanco para el cambio de capítulo. Un nada despreciable 15% del volumen.

 

¿Y entonces qué?

 

Entonces las tiendas se quedarán sin comida. El agua dejará de salir de los grifos.

Los apagones nos parecerán un pequeño inconveniente comparados con el hambre y la sed. El despliegue de la oscuridad marcará el fin de nuestra civilización.

Guy McPherson

 

El protagonista, un becario llamado Destral, se abre un blog en el que pontifica sobre todo lo que sabe y lo duro que es y lo tontos que son todos si no se dan cuenta de que deben prepararse para lo peor porque el mundo se va a quedar sin petróleo. Y en un acto de bondad les ofrece un link para unirse a su comunidad, en la que está montando un refugio. Todo un ejemplo de ángel que ha descendido a la Tierra. Buena gente:

 

Tú puedes unirte a nosotros. No nos importa si no tienes dinero o si eres absolutamente incapaz de valerte por ti mismo. Nos basta con que apuestes por nosotros. Pulsa aquí para hacerlo. Te estamos esperando.

 

Siendo coherente, me parece que si realmente opinas que va a producirse un colapso, empiezas a reclutar a los mejores, no a cualquiera, para garantizar la supervivencia. O a tus amigos. A no ser que esté entre tus planes usarlos como alimento. Cosa que por lo que he leído de la novela, no parece que tenga sentido. Pero Destral es así.

 

 Queréis triple airbag en vuestro próximo coche de plástico coreano, pero nada de pensar en que eso no sirve de mucho yendo a la velocidad a la que os ponéis en cuanto os sueltan por la autopista. Queréis una póliza de seguros para la casa, otra a todo riesgo para el coche, otra para la salud y otra para que os sigan pagando cuando os quedéis sin empleo; pero lo cierto es que luego nunca hacéis todo lo necesario para mantener a buen recaudo el trabajo, el coche y la salud.

 

De trabajo habla el becario.

Estos apartados del blog, que en su buena medida son infodumps como los anteriores pero que sí están redactados por Bueso, ocupan 18 páginas de 68, un nada desdeñable 26%.

Más del 40% del texto es, por tanto, sólo información fácil de colocar, parte elaboración propia, parte planchado de Internet & co. con algunas dosis de perdonavidismo del becario más poderoso desde Lewinski.

La estructura de Cenital no es habitual, pero ni es verdaderamente novedosa, ni innovadora, ni rompedora, así que no merece halago alguno excepto el conseguir una lectura ágil, pues no es necesario retener nada de lo que cuenta. Es verdad que las entradas del blog también proporcionan información clara sobre la personalidad del protagonista, pero la reiteración mata el efecto.

El 60% restante es la historia en sí, que arranca con el Snowden turolense a los mandos de un ordenador que controla satélites espía y telescopios. Como veremos a lo largo de la reseña, en esta novela parece no preocupar la coherencia, pues cualquier desenlace vale, se escribe y punto. Por toda explicación, se dice «De tanto darle la vara le dieron una beca». Quizá esta frase se comprenda más adelante y todo encaje, pero el reguero de elementos susceptibles de alzamiento de ceja que ofrece Cenital en 68 páginas me hace dudarlo. Nunca lo sabré.

Desde un satélite, el becario detecta que casi todo EEUU está sin luces. Así que hace una llamada a Washington para hablar con sus homólogos (becarios también, presupongo):

 

—Nasnoches. ¿Va todo bien ahí, Horace?

—Pues claro —le respondió la voz de Horace, desde aquel sitio que aparecía tan negro en la pantalla de Destral—. ¿Por qué?

—Pues porque no veo ni una luz en todo tu país.

—Eso es que no has apartado bien las nubes, novato.

Novato y tonto del culo.

Era su primer mes de becario a los mandos del chisme aquel.

 

No obstante, y dejando de lado el aspecto técnico de los distintos tamaños de las nubes, su distribución y las distancias a los satélites, y el “nasnoches” (que dios sabe cómo se dirá en inglés), en ese primer mes nuestro querido Destral ya había jugueteado con el aparato:

 

El encaminador de satélites se convirtió en su juguete favorito. ¿Quién quiere una tele si puede enfocar el Santiago Bernabeu en un plano cenital capaz de encuadrar el cuero y calcular sus coordenadas GPS al milímetro?

 

Nunca hay nubes sobre los merengues en los días de partido, y Destral debe rogar por muchos penaltis y poco tiki-taka para encuadrar tan fenomenalmente.

Ese incidente hace que se le despierte, paradójicamente, una luz, en el que posiblemente sea el enlace de ideas más chapucero que recuerdo:

 

—Tranquilo —le respondió Horace, antes de cortar la comunicación abruptamente—, no nos hemos quedado a oscuras… Todavía no ha llegado el día.

Hum.

¿Todavía no ha llegado el día?

 

O sea, que en alguna noche de éstas el espacio exterior nos mirará y no habrá ni una puta farola aquí abajo, ni un solo fanal que nos señale.

 

Y entonces Destral descubre –sólo él– la trama que los gobiernos y los poderosos tienen en torno al petróleo y se monta un chiringuito con gente que le da al “Me gusta” en su blog. Y resulta que tenía razón y el mundo se viene abajo. Y años después, los ecoaldeanos se enfrentan a un grave problema pues como no hay látex, no hay preservativos:

 

Los niños. Todos aquellos niños.

Una carga pesada para un pueblo que lucha por no pasar hambre. Un rayo de esperanza. Y un resultado del agotamiento de los recursos. Otro más.

Porque sin petróleo barato se paralizan los transportes, conque no hay nadie que importe látex desde América del Sur, y sin látex no hay preservativos.

 

El virginal becario debió pensar en ello e incluir a más practicantes del método ogino en su ecoaldea en lugar de dejar entrar a cualquiera. Pero en la ecoaldea, sin llegar a ser de misa los domingos, todos eran amigos, mucho más que antes de la hecatombe:

 

En la superficie, medio centenar de ojos le miraban. Dos docenas de amigos.

En sus tiempos de ingeniero apenas tenía amigos. Tenía contactos. Contactos en el teléfono móvil, en el mercado laboral, en su gestor de correo electrónico y en su sistema de mensajería electrónica instantánea. Doscientos treinta y cinco contactos, mil caras en el Facebook, cero amigos. Su entonces novia y un puñado de cordiales compañeros de oficina eran toda la compañía que había conseguido procurarse. Ahora, en 2014, era el líder de una sociedad convertida forzosa y espontáneamente en una especie de comuna hippie que pugnaba por subsistir ante un escenario de agotamiento general de los recursos primarios.

 

Destral debió leerse «El señor de las moscas» en lugar de buscarse un apodo molón.

Pero pese al buenrollismo imperante en la granja-escuela, aparecen problemas de suministro de alimentos y de diálogos digeribles:

 

—Era trigo transgrénico, Destral. Semillas modificadas para resistir a las plagas y crecer en invierno. Para todo eso y para algo más.

Destral empezó a poner cara de pánico. Alzó sus cejas por toda respuesta.

—Para autodestruirse.

—Autodestruirse.

—Era un gen al que llamaban «terminator» —continuó diciéndole—. Recuerdo que en el 2006 trataron de insertarlo masivamente en todos los cultivos transgénicos para evitar la piratería.

—¿Piratería…? ¿Qué piratería ni que demonios?

—Piratería, gran jefe.

 

Los problemas crecen, tanto para Destral y Agro como para el estómago del lector:

 

—Agro, en serio. Tenemos que crecer. Necesitamos nuevos cultivos y, si no hay semillas para sembrarlos —dijo Destral, recogiendo su bicicleta del suelo—, habrá que ir a buscarlas.

—¿Salir de la ecoaldea, Destral? ¿Al exterior? ¿Es que te has vuelto loco del todo? ¿Has estado dándole a las setas, o algo?

—Agro, hemos estado encerrados aquí muchas estaciones ya, pronto llevaremos siete años siendo autosuficientes por completo.

 

Esa charla se ve interrumpida porque se acerca un coche a gasolina con dos personas a bordo. Y el más duro de la generación Wert sale a su encuentro:

 

… ¡Somos buena gente! ¡Venimos en son de paz!

—¡Y, de no ser así, ya estaríais muertos los dos! —respondió Destral, a voz en grito.

Y luego le tendió el arma a Saig’o pra volverse a Marko después y decirle:

—Abre los portones, anda, que voy a bajar a hablar con ellos.

—¿Y qué les vas a contarrr? —le preguntó Marko, repudiando la idea con su acento alemán y un gesto de enfado.

Destral se encogió de hombros, puso la cara de la curiosidad que mató al gato. Luego adoptó un tono cordial y conciliador.

—No sé. No lo sé. De momento, vamos a ver qué se han creído esos dos payasos y de qué clase de agujero han salido.

¿Hace?

 

Yo diría que no. Y ya termino, incluyendo otro trocito memorable de diálogo a las puertas:

 

—Chico, baja ese juguete —zanjó Destral, en un tono de hastío que no dejaba entrever ni un ápice de miedo—. No me encañones con eso, anda. Tengo ahí arriba docena y media de personas apuntándote con armas que ya han matado a varios hombres mejores que tú en lo que va de temporada. Mi gente ha hecho retroceder a soldados profesionales y contigo no tiene ni para empezar.

 

Personas no, Destral: amigos.

 

Cenital no tiene por dónde cogerse. Sí, se lee rápido, como Dan Brown. Sí, habla de problemas interesantes y sobre los que la conciencia popular debería reflexionar más a menudo, como en el debate de Jordi González. ¿Puede disfrutarse? Por supuesto, y eso me es indiferente. A cada cual lo suyo. Pero a nadie se le ocurriría decir que es una novela destacable y menos aún darle un premio.

A nadie, salvo a nuestra crítica.

Porque Julián Diez, uno de nuestros más reputados lectores de género, afirma en la faja del libro que ésta es «una de las cinco mejores novelas de ciencia ficción española de la historia.» Y puede que sea cierto si sólo se han escrito cuatro. Porque Cenital no es simplemente mala, sino terrible, hueca, perezosa, efectista y pretenciosa hasta decir basta sin plantear el más mínimo sustrato donde apoyarse.

Como no podía ser de otra forma, en la distopía literaria de este país, se le acaba dar el premio Celsius. Por un jurado entre los que volvía a estar Julián Diez y del que también formaban parte Jesús Palacios y Fernando Marías. Sé que es una decisión dura declarar desierto un premio, pero puesto que ni siquiera hay dinero en juego y todo lo que se pone sobre la balanza es el prestigio del jurado, que se traspasa al ganador, me parece de recibo que no se ensalce algo tan mediocre como Cenital. El jurado no sólo ha perdido toda credibilidad para mí, sino que además envía muchas señales equivocadas: a los lectores de género, que son a los que hay que valorar y mimar ante todo pues subvencionan todo este cotarro, les destaca una obra intrascendente; a los escritores en ciernes les dice «éste es el nivel que tenéis que batir», lo que es completamente falso, pues no hay regla tan pequeña como para medir la ridiculez de esta novela. El nivel está mucho más lejos; a los lectores ajenos a la ciencia-ficción que seleccionen este libro, pues les dará la inconveniente y errónea sensación de que esto es todo lo que la cifi ofrece, etc.

Dejo por último a Salto de Página, una de mis editoriales favoritas. Con maravillosa labor, Salto de Página fabrica unos volúmenes cuidados al máximo que son una auténtica gozada. Me alegro de que las ventas de Cenital (va al menos por la segunda edición) vayan bien. Me alegro sinceramente, porque las editoriales tienen que hacer dinero para seguir produciendo libros. Y quizá ése sea todo el problema de esto del negro sobre blanco, que se tiene que vender para comer y si se vende más la morralla que el caviar, pues habrá que vender morralla sin rasgarse las vestiduras. Pero, y aquí mi queja, etiquétenla como tal para evitar indigestiones pues, al menos yo, iba a por caviar. Y si por casualidad los editores me honran pasándose por aquí y si además les vale de algo mi opinión, me gustaría decirles con todo el respeto del que soy capaz pero a la vez con toda la vehemencia posible, que este lector que les compra y les aprecia se ha sentido totalmente decepcionado con esta novela. Género español sí, por favor. Pero no cualquiera. No esto. Porque si siguen así querrá decir que yo he dejado de ser el lector que buscan y que ustedes habrán dejado de ser la editorial que yo aprecio.

Y creo que los lectores para una editorial, especialmente para una tan especializada como Salto de Página, son como el petróleo: escasos y valiosos. No se pueden malgastar. Lo sabe hasta un becario.

PD. Varias personas me han comentado que no es justo reseñar un libro cuya lectura no has llegado a concluir. Yo opino que lo que no es justo —o no debería serlo— es pagar el 100% del precio por un libro que no eres capaz de acabar de tanto que lo detestas. Sí, puede que haya un giro inesperado al final que dé sentido a muchas cosas. Sí, puede que se usen técnicas que no he llegado a comprender. Pero lo que no se disfruta, no se disfruta. A mí no me reembolsan el dinero si no estoy contento con una novela, pero parece que no sólo debo asumir el riesgo de comprar sin garantías de satisfacción, sino que apenas me está permitido hablar del producto que adquiero porque no lo he saboreado en su totalidad, como si para saber que un plato está malo tuviera que rebañarse. Pero yo me pregunto dónde hay más injusticia, si en pagar por un libro mediocre que se está ensalzado artificialmente o en hablar de él sin haberlo terminado, y también me cuestiono si todos los que niegan esto con la cabeza y a su vez critican a Dan Brown, a Rowling, a E.L. James o a quien sea han leído sus libros de cabo a rabo antes de opinar sobre ellos, o si han hecho un esfuerzo por hacerles una reseña más o menos fundamentada en base a lo que hayan leído, poco o mucho.

¿Por qué se quiere defender tanto a la cadena editorial y tan poco a quien la mantiene?


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