Apr
24
2012

Reseña de La subasta del lote 49, de Thomas Pynchon



Thomas Pynchon es, para muchos, el mejor escritor vivo. Esto es todo lo que sabía de él (y no es poco) antes de emprender la lectura de La subasta del lote 49.

Como desconocedor de su literatura, he tenido el privilegio — que siempre trato de proteger a toda costa — de sumergirme en su obra sin más guía que mi bagaje y mis propias impresiones. Cuando termine de escribir esta reseña compararé impresiones y análisis con otros lectores de Pynchon; lo que ahora te ofrezco es lo que he podido arañar tras la primera lectura: siento no poderte dar más respuestas que preguntas; es parte, creo, del significado profundo de este libro.

La subasta del lote 49 es, siendo comedido, un libro enorme. Que no te engañe su brevedad (184 páginas en la deliciosa edición de Fábula Tusquets): la grandeza de un libro no se mide en páginas.

Voy a serte franco, empezando por el final: cuando terminé Lote 49, no tenía la certeza de haber entendido nada. Y sigo sin tenerla.

Aclaro: no es que no hubiera entendido nada, como puede ocurrir con un texto denso e impenetrable; es que, pese a haberlo entendido, pese a haber comprendido cada una de las frases, no estaba seguro de que hubiera llegado a captar el sentido completo del libro. En cada página se palpa la sensación incierta de que hay algo más, algo que no se ve y que se escapa como el agua entre los dedos.

Lo normal es que todo quedara ahí: un libro más del que no te has llevado todo lo que podías. Para eso están las relecturas.

El problema, el gran problema, es que este libro persiste. Reconcome.

Con más intensidad que cualquiera de los libros de Kafka, Lote 49 se lee como una alucinación. Las situaciones se suceden, inverosímiles, con la aceptación y la coherencia de los sueños o las pesadillas.

Todo es extraño desde el comienzo. La acción avanza tranquila, pero el lector no llega a asentarse: está incómodo, inseguro. Se produce casi instintivamente un rechazo al libro, como a todo lo que no se comprende. Pasa un tercio de la novela. Seguimos perplejos.

Y entonces, en un momento glorioso, en un lugar inesperado, Pynchon reclama la atención absoluta del desprevenido lector. No se trata de un giro argumental, de una argucia del ingenio que es casi imposible de prever. Al contrario: está latente, desde la primera frase. Ha estado siempre ahí.

[spoiler title=”El momento glorioso” open=”0″ style=”1″]Porque en este punto de la obra los acontecimientos adquieren una cualidad extraña y se introduce subrepticiamente en los diálogos cierta ambigüedad, cierta inquietud. Hasta aquí, ha habido que interpretar los nombres o en sentido literal o en sentido figurado. Pero desde que el duque da la orden de matar, se impone una modalidad expresiva diferente. De ella sólo podemos decir que es una especie de desgana ritual. Queda de manifiesto que ciertas cosas no pueden decirse en voz alta; que ciertos acontecimientos no pueden representarse en escena.[/spoiler]

Desde ese momento, la lectura toma un tono diferente. Mejor dicho: el lector afronta las páginas con renovada inquietud, nervioso. El autor sabe lo que estás pensando, lo que estás sintiendo. Lo sabe. Te lo describe.

[spoiler title=”Descripción” open=”0″ style=”1″]– Has venido para comentar la obra – dijo -. Voy a desanimarte. Se escribió para entretener. Igual que las películas de miedo. No es literatura, no significa nada.[/spoiler]

Hasta el nombre de la protagonista te lo revela: igual que Edipo descubre que ha matado a su padre y que su esposa es su madre, así el lector de Lote 49 descubre que, en su paranoia, él es Edipa Maas, y persigue, como ella, alguna certidumbre. Esa identificación con el otro, esa osmosis sensorial que permite la comunicación plena y que se atribuye al LSD es uno de los grandes temas de la obra.

[spoiler title=”La identificación con el otro” open=”0″ style=”1″]– Vine – dijo ella – con la esperanza de que me desapareciese una fantasía hablando con usted. – ¡No lo haga y trátela con amor! – Exclamó Hilarius vehementemente -. ¿Qué otra cosa le queda? Sujétela bien por su minúsculo tentáculo, no permita que los freudianos se la arrebaten con zalamerías ni que farmacéuticos se la eliminen a fuerza de pócimas. Sea cual fuere, cuídela con cariño, porque si la perdiese, por ese pequeño detalle sería usted como los demás. Y empezaría a dejar de existir.[/spoiler]

Pero si de algo trata este libro es de la necesidad de certezas, de la perturbadora búsqueda de alguna verdad a la que agarrarse, de la confusión que mantiene a un paso de resolverse, de definir qué es cierto y qué es falso.

[spoiler title=”Insinuaciones” open=”0″ style=”1″]Después sólo se recuerda el síntoma, horrura en realidad, la anunciación profana y nunca lo revelado durante el acceso. Edipa se preguntó si, al final de aquella aventura (en el caso de que tuviera final), se quedaría igualmente con una acumulación de recuerdos relativos a indicios, anunciaciones, insinuaciones, y no con la verdad misma, la verdad fundamental, que en cada ocasión parecía demasiado deslumbrante para que la memoria la retuviese; que parecía estallar siempre y destruir su propio mensaje de modo irreparable, no dejando tras de sí más que un vacío calcinado cuando volvía a imponerse la normalidad del mundo cotidiano. [/spoiler]

Hay libros que elaboran sobre otros, que reiteran temas con alguna variación, que construyen sobre lo previo. Los más grandes, en cambio, expanden horizontes, inauguran canales y se sitúan más allá de lo que nadie ha concebido: crean su propia realidad.

La subasta del lote 49 es del los segundos.
Posiblemente.

Nota final: 9


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