May
14
2013

W de Watchmen, de Rafael Marín



Un ejercicio de mirar nubes.

Un gigantesto test de Rorschach.

Una obra maestra de la historieta de finales del siglo veinte, uno de los principales momentos artísticos del medio en su siglo de existencia.

Un juego de búsquedas.

Un puzzle lleno de preguntas.

Un divertimento formal, un juguete escénico, la forma sobre el fondo, el fondo como aliado imprescin…

Y ya termino. Con este preámbulo pedante como pocos da comienzo W de Watchmen, el ensayo de Rafael Marín sobre la obra de Alan Moore y Dave Gibbons, publicado en 2009 por Dolmen y ahora disponible en la edición ebook de Sportula.

Marín, siguiendo un juego de relojes similar al de Watchmen, divide su trabajo en doce capítulos. Desde el primero (“El cómic-book donde el tiempo se paró”), el ensayista pone en marcha un denso aparato descriptivo que busca su lucimiento personal en detrimento de la comprensión del texto. Sin ir más lejos, tras el angélico preámbulo que cito arriba, Marín comienza el capítulo primero con estas frases:

En el mundo del cómic, nos lo enseñó Barbarella, los ángeles ciegos no tienen memoria. Como Pygar, alado y eterno, parece que los lectores de historietas tampoco tenemos constancia del paso del tiempo.

Esta primera sección es, de forma resumida, una gran alabanza a Watchmen y a sus autores, más propia quizá en un blog de reseñas que en un ensayo sobre el trabajo. Entre los principales puntos que avanza (y que el autor reiterará pesadamente a lo largo del texto) está la aclaración de que Watchmen no es una novela gráfica, sino un comic-book, una saga de doce cómics que se publicaron de forma periódica pero que ahora se compilan bajo una misma cubierta.

En “Todos los caminos conducen a Marte”, Marín ignora por completo al lector y como especialista en cómic deseoso de mostrarlo y de marcar su territorio, nos aburre con decenas de referencias y frases pomposas de difícil comprensión. A pesar del innegable valor de un capítulo que estudia la tradición de cómics que desemboca en Watchmen, es constante la tentación de saltarlo o abandonar por completo el libro. Por ejemplo:

Si apenas quince años antes Brick Bradford podía disfrutar de una desopilante aventura en el interior de una moneda de diez centavos que duraba casi un año de publicación, Milton Caniff estiraba a su gusto las aventuras de su Terry Lee en China, o Harold Foster desarrollaba a su placer de adulto la gran epopeya americana de Prince Valiant, los años cincuenta y sesenta ven llegar el crepúsculo de los grandes títulos de prensa. La televisión, por un lado, resta anunciantes a los periódicos y los periódicos, es sabido, atraen a sus anunciantes con la oferta de títulos de historieta.

Dejando aparte la afirmación de que “es sabido” que los periódicos atraen a los anunciantes con las historietas, la complejidad adicional que Marín suma con innecesarios juegos e imágenes (“desopilante aventura en una moneda de diez centavos”) sobra, al menos para mí, en un trabajo didáctico.

El volumen está repleto de estos inútiles ejercicios de prestigio que dinamitan las expectativas del lector sin aportarle claramente la información. Quizá ése fuera el objetivo:

El propio Jack Kirby, apodado El Rey de los comic-books, sólo lograría su sueño de dibujar una tira medianamente importante para los periódicos (Sky Masters of the Space Force) cuando sus dibujos fueron embellecidos por las espectaculares tintas hiperrealistas de Wallace Wood, hasta lograr explorar por fin todo su genio de diamante en bruto desde el mercado del comic-book que esperaba para saltar al primer plano en cuanto las tiras de prensa perdieran el liderazgo del medio (y donde, por cierto, es el revestimiento de entintadores como Joe Sinnott o Mike Royer lo que, al privar de fuerza desatada su trabajo, lo tamiza y lo convierte en arte más acorde con el canon).

Recordemos con paciencia que el libro trata de Watchmen.

Relojeros”, la hora tres del volumen de Marín, sitúa correctamente el contexto creativo de los dos autores de Watchmen sin dejar por ello de rellenar la prosa de artificios que nos traen al ensayista a escena, de nuevo. No me opongo, que conste, a la autopromoción o al lucimiento del escritor y sus conocimientos, siempre y cuando aporten y no interfieran. Dado que este libro es en principio un ensayo, las distracciones están de más:

La reedición americana de este material sin permiso de Moore significó durante muchos años un importante punto de ruptura entre el escritor y la empresa editorial, un escollo que se había iniciado con el otro gran título de estos años: Marvelman (1982) creado para Warrior con Garry Leach primero y Alan Davis más tarde, o cómo insuflar la lógica del mundo real a unos ingenuos tebeos ingleses de los años cincuenta surgidos a la sombra del Captain Marvel original y que sobrevivieron reciclados al popular “queso de bola” cuando éste tuvo que desaparecer temporalmente del mercado por problemas legales planteados por la demanda de los dueños de Superman, que incomprensiblemente lo habían acusado de plagio.

Más incomprensible todavía que algunos párrafos es el error de incluir 121 notas para asuntos diversos como una biografía minúscula de casi cada persona que se menciona, pero no hacerlo para elementos que, aunque igualmente encontrables en Wikipedia, simplificarían la lectura. Como la popular “bola de queso” o la “Crisis de las tierras infinitas”, un evento editorial conocido por los habituales del cómic pero no por aquellos que se acercan a este medio a través de su obra maestra y que se apoyan por desgracia en un texto tan excluyente como el de Marín.

Y por fin llega la hora cuarta, “Si hubiera superhéroes”, el génesis propiamente dicho de Watchmen. Desde la expansión de la idea original de Moore de usar unos superhéroes ya existentes (y que afortunadamente tuvo que dejar atrás) hasta la concepción y ejecución sublime de los doce comic-books, Marín nos transporta por el apasionante proceso creativo de una obra mayor.

Sorprende que una historia tan redonda diera tantas vueltas, sin perder nunca de vista que muchas pudieron salir mal. Personalmente admiro la capacidad creativa de los creadores de cómic no por sus historias (o no sólo por ello), sino por su poder de integración, por la magia de empujar una historia sobre los pasos de otros sin capacidad de corregir los errores. Una novela pasa por muchos borradores. Un cómic también. Pero una vez publicado un número, queda grabado a fuego con sus fallos y sus tramas en vuelo. Es admirable descubrir que Moore no tenía la historia cerrada, sino que la fue construyendo paso a paso, mes a mes, para terminarla por completo con todas las historias elegantemente resueltas. (Para comparar, basta por ejemplo con analizar el desarrollo de la serie “Perdidos”, sus tramas abiertas y su discutible final).

La hora quinta, “Mucho más que un comic-book”, comienza con la exploración de algunas de las referencias con las que trabaja Moore (Ozymandias y el soneto homónimo de Shelley, el origen del título en una cita de Juvenal: “¿quién vigila a los vigilantes?”, la estética sucia de “Canción triste de Hill Street”, etc.), y termina viajando por la dialéctica de los superhéroes, la técnica narrativa o la decisión de usar a los Minutemen como predecesores de los protagonistas.

En  las escasas referencias que hace Marín a la traducción (o traducciones) al castellano, nos habla de matices perdidos y juegos de palabras intraducibles, así como de algunos detalles que los traductores pasaron por alto. Si no recuerdo mal, no hay ninguna nota positiva al respecto:

… mientras que la incongruencia de lo cotidiano hace que los perros del asesino en serie, detalle nuevamente pasado por alto en las traducciones, tengan por nombre Fred y Barney; es decir, como los dos personajes de los dibujos animados de Los Picapiedra, Pedro y Pablo.

Me pregunto, como ignorante en traducción pero lector habitual, el efecto que tendría llamar Pedro y Pablo a dos mastines asesinos y si la referencia a Los Picapiedra no se perdería en favor de una bíblica, a todas luces indeseable.

Quizá sea relevante mencionar que Marín es traductor.

Reflejos y mariposas” y el siguiente capítulo, “Un mundo de alusiones” son quizá los mejores del volumen y entran de lleno en las simetrías y lazos sueltos que Moore y Gibbons dispersan por el trabajo y recogen meticulosamente en el momento apropiado. Si el libro merece la pena, lo merece por estas secciones.

Carne y cuero” plantea interesantes cuestiones sobre la sexualidad y las relaciones de los habitantes del universo Watchmen. Fetichismo y sexualidad reprimida, homosexualidad, la posibilidad de que Justicia encapuchada fuera negro, etc.

En la hora nueve (y ya vamos terminando) vemos pinceladas de lo que ocurrió después de la publicación de los doce episodios: premios, la película, el final de la inocencia, etc. “Después de los vigilantes” cita el trabajo como influencia, entre otros, de Joss Whedon, de los creadores de Se7en y Fight Club (en inglés en el original) y de otras obras aún más remotas.

El último capítulo real del libro, “…Pero se mueven” analiza la película de Zack Snyder y los problemas de adaptación a un formato diferente de un cómic que expandió su propio medio. Los párrafos de Marín, independientemente de que tenga razón o no, casi pueden adivinarse. Incluyo uno sólo por cortesía:

Por desgracia, la película es superficial: no tiene tiempo, y quizá no sabe, hacer la reflexión necesaria sobre el vigilantismo.

El capítulo once y el doce son el índice y la bibliografía. Parece que el material se le quedó corto a Marín para cerrar bien el juego y ésa es la impresión general que me deja la lectura de W de Watchmen: no hay nada patentemente incorrecto, no hay nada falso y el material es sugerente pero la sensación es la de un ensayo sin grasa ni nervios. Se nos queda en el aire una desconcertante pregunta:

¿Dónde está Rorschach cuando se le necesita?

¿Dónde está Rorschach cuando se le necesita?

 

¿Esto es todo lo que Watchmen tiene que ofrecer?

 

Soy consciente de que lo que llevo escrito sugiere que no recomiendo este volumen,  pero no me atrevería a ser categórico: la realidad nunca es simple. Es un libro mejorable, falto de sustento y pretencioso por el incómodo afán del autor de entrometerse en el escenario en lugar de presentarnos una alfombra para que pasen por ella los verdaderos protagonistas. Pero pese a todo no deja de ser un trabajo interesante sobre el que articular un discurso, que aporta algunas hipótesis sugestivas y da con varias claves nada evidentes, que sienta las bases del debate para el resto de obras sobre la materia en nuestro idioma y que se ofrece por un precio soberbio con abundantes notas y material de referencia.

No, no me ha convencido el libro, pero alabo la propuesta: ojalá hubiera más ensayos en nuestro idioma con la misma orientación temática y con la misma política de precios (este ensayo cuesta 3,5€ y viene sin DRM) y ojalá hubiera más editoriales que, como Sportula, se preocuparan por traernos libros originales y por dar voz a escritores patrios.

Aunque sean como Marín.

 

PD. Esta entrada forma parte del Especial Sportula, organizado por Sense of Wonder. Si no conocéis la editorial, visitad su web. Hay muchos títulos excepcionales entre los que elegir.


Comparte esta entrada:
  • Facebook
  • Twitter
  • StumbleUpon
  • Digg
  • del.icio.us
  • Meneame
  • Google Buzz
  • Bitacoras.com
  • email

No Comments

RSS feed para comentarios en esta entrada.

Lo sentimos, el formulario de comentarios esta cerrado en este momento.

Tema: TheBuckmaker.com WordPress Webdesign | Imagen de fondo: Brenda Starr bajo licencia Creative Commons