Reseña de “El boque mágico”, de Lev Grossman
Aterrizó hace unos días la segunda parte de “Los magos”. Publicada en 2009, esta novela causó cierto revuelo y notoriedad por su contenido de fantasía limítrofe, algo extraña de leer pero que dio buen resultado y consiguió que la obra del crítico literario de “Time” se tradujera a multitud de idiomas.
“Los magos” no es una novela para todos los públicos, si siquiera para aquellos que gusten de la fantasía habitualmente. En su momento, la definí como “fantasía existencialista”: piensa en Meursault (protagonista de “El extranjero”), estudiando en Hogwarts y yendo de viaje de fin de curso a Narnia.
Para no repetirme en exceso, plantearé aquí una premisa importante para entender la reseña. Se asume, por parte de Grossman, que quien lee estas dos novelas es bastante especial. Hay prerrequisitos, tanto para entenderlas como para disfrutarlas. A la mochila de libros de fantasía que se debía llevar para adentrarse en “Los magos”, esta nueva novela añade una nueva exigencia: el lector tiene que ser un “nerd”.
Estáis avisados: mantener esto en mente mientras leáis la reseña, pues es importante para interpretarla en contexto.
En general, la lectura de “El bosque mágico” es cómoda, casi hogareña. Leer esta novela es como visitar a un viejo amigo: se sabe lo que se va a encontrar, no hay sorpresas inesperadas. También es divertida. Hay mucho humor, del bueno, del inteligente, bien dosificado y sabroso.
Pero lo mejor es la escritura. La prosa de Grossman es un claro ejemplo del buen resultado que da exprimir a los escritores mediante el filtro editorial. Tener un número reducido y exacto de palabras para contar hace que se afine mucho, sobre todo en adjetivación. Los buenos escritores utilizan la palabra adecuada; los mejores la inventan. Grossman entra en esta segunda categoría. No envidio el trabajo de sus traductores.
La novela está bañada de referencias literarias, desde las ubicua Alicia hasta la obvia Narnia, Cenicienta, Blancanieves, incluso Poirot y Gaiman. Pero que nadie espere un tratamiento deferencial o simplista. Se usan algunas ideas o esencias, pero no se respetan los arquetipos.
El comienzo del libro es un homenaje a Carroll y su “Alicia en el país de las maravillas”, siempre à la Grossman. La recapitulación que hace el autor de personajes y situaciones es original, pero algo insuficiente para un lector poco atento (como yo), por lo que recomiendo a quien decida aventurarse en su lectura que refresque sus apuntes de Brakebills y relea “Los magos”.
Es en este tramo del libro, en el comienzo, donde viene el gran problema de la novela.
Toda ficción necesita un voto de confianza por parte del lector. Exige que se asuman las proposiciones del texto, que se establezca una cortina de autenticidad ante lo que se lee, y que se continúe manteniendo ese velo sobre los ojos mientras dure el relato.
“De acuerdo,” – debe decir el lector – “un señor pierde la cabeza por leer novelas de caballería. Veamos qué le pasa.” El lector sabe que “El Quijote” no es real, que se trata de un mundo que debe articular en su cabeza guiado por las palabras mágicas del escritor. Esta necesidad es más extrema en el caso de la literatura fantástica, por razones evidentes.
Durante el primer cuarto de “El bosque mágico”, Grossman trabaja meticulosamente para dinamitar este armazón. Se ha buscado a conciencia golpear los cimientos de la propia narración, y el efecto es muy duro en el lector.
No es un efecto casual o inesperado, sino perseguido. “Los magos” también tenía ese toque de falsedad que permea la narrativa existencialista. Pero, a diferencia de éste, “El bosque mágico” no transmite esta pátina desde el punto de vista de los personajes, sino que la impregna en el lector, que se siente engañado, casi agredido.
Desde ese momento, el lector, sabedor de que el suelo que pisa se resquebraja, se cuida de no apoyarse mucho, de no involucrarse con los personajes, manteniendo las distancias. Se convierte, él mismo, en un espectador de escaparates, inmiscible con las vivencias de Quentin, Julia y compañía. Quizá Grossman buscara precisamente este distanciamiento (no deja de tener una fragancia existencial), pero no creo que muchos aprecien su esfuerzo.
El resto del libro, con incursiones recurrentes (pero menos acusadas) para sacudir la ficción de la ficción, se comporta de manera correcta para una novela de fantasía y termina de forma previsible pero satisfactoria.
No voy a engañarte: es una buena novela y he disfrutado con su lectura, pero saboreé más la primera parte.
Recomendada con múltiples advertencias.
Lo mejor:
- La prosa y adjetivación de Grossman.
- La inteligencia y juegos intelectuales de la novela. (Recordemos: for nerds only.)
Lo peor:
- El duro sabotaje a la credibilidad de la propia novela.
- Es distinta, y peor, que “Los magos“.
Nota: 7
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