May
03
2012

Reseña de Diablos de polvo, de Roger Smith



Sudáfrica es un país relativamente conocido para nosotros: antigua colonia inglesa, sede del mundial de fútbol de 2010. Un país que progresa, el motor económico de África. Johannesburgo es su ciudad más poblada; tiene tres capitales: Pretoria es la ejecutiva, Bloemfontein la judicial y Ciudad del Cabo la legislativa. Tan diversas son sus culturas, idiomas y creencias que se la conoce como la nación del arco iris. El apartheid (que significa “separación” en afrikáans), es cosa del pasado.

Sin embargo, esa es solo la foto que queremos ver. Roger Smith nos trae la otra; la incómoda.

Diablos de polvo, publicada por Es Pop (“el pulpo”), es una doble historia: la de sus personajes (entre los que destaca Inja, el brutal señor de la guerra) y la de Sudáfrica y sus costumbres milenarias, tan vivas como siempre lejos de las grandes capitales, en la África apartada de los focos y los safaris. Y de cualquier vestigio de civilización:

No creía en las tonterías del hombre blanco. Y estaba en buena compañía. Tampoco el anterior presidente de Sudáfrica había creído que el VIH fuera el causante del SIDA. El ministro de sanidad había afirmado que podía curarse comiendo remolacha y ajo; y el nuevo presidente, un zulú, decía que no era necesario ponerse una goma para follar, que bastaba con ducharse después.

Y los hombres de la región de Inja decían que si pillabas la enfermedad, era fácil curarse acostándose con una virgen. El único modo de estar seguro de su virginidad era conseguirlas muy jóvenes. Así que Inja había raptado a una niña que jugaba en la tierra cerca de la cabaña de uno de sus enemigos. La había violado y la había matado y la había enterrado en una letrina. Después esperó a curarse.

Esta novela es pura acción, lenta, implacable y despiadada como una apisonadora: violencia que engendra más violencia, antiguas rencillas que solo pueden saldarse con la muerte, infiernos sin salida, a pocos kilómetros de otro mundo.

Hasta las metáforas son duras: “El anciano alzó la mirada hacia él. Sus ojos inyectados en sangre: un mapa del sufrimiento.

 

 

Lo terrible en Diablos de polvo no es lo inaudito de la violencia, sino su cotidianidad: violación, asesinato, mutilación, son el pan de cada día. Pero no es un libro duro, ni cruel: es crudo. Roger Smith escribe sin artificios, sin palabras que modulen o adornen o mitiguen; directo y claro.

Lo que hace todavía más descarnada la realidad sudafricana, no apta para corazones sensibles.

 

Nota final: 8


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