Oct
05
2020
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Una historia de la mentira

En el siglo XVI, el hieromonje Slobodan Uros levantó un fabuloso entramado de la falsificación en el monasterio de Simonopetra, llegando a emplear a decenas de especialistas en la creación de reliquias falsas: desde astillas de la Vera Cruz como para construir una armada a copias de códices, clavos de Cristo, relicarios… Todo un imperio de la mentira y el fraude.

Este hecho, paradójicamente, no se relata en el último libro de Juan Jacinto Muñoz Rengel, Una historia de la mentira, sino en su estupenda novela El gran imaginador. Pero podría haberlo hecho (de ser cierto), pues el ensayo de Rengel discurre por los resbaladizos pasadizos de la mentira y el engaño en todas las épocas y formas.

Desde la creación del mundo se establece la mentira como fórmula de éxito, de supervivencia, a todos los niveles: mienten los animales, disimulando estar a otra cosa antes de abalanzarse sobre sus víctimas, miente el hombre sobre su fuerza para evitar una derrota, miente el cura para mantener su posición y privilegios, miente el amante, miente el padre, miente el hijo.

La mentira como locomotora del mundo es el tema que explora Rengel de forma ligera pero comprometida, sin el rigor del tratado ni la ligereza de la ficción, sino caminando sinuosamente por todas las veredas, ilustrando con relatos breves, con hechos históricos, con datos, con reflexiones filosóficas… Y siempre con un estilo ágil y fluido, con un dardo en las palabras que logra que las páginas fluyan.

No se trata, como decía, de un estudio sesudo (está bien elegido el “Una historia“, en el título del libro; hubiera sido un error bautizarlo como “La historia“), sino más bien de un bosquejo que picotea de muchas fuentes y da pinceladas sueltas que permiten intuir el motivo central sin abrumarnos con los detalles.

Personalmente hubiera agradecido un volumen algo más extenso (las 240 páginas vuelan) y cierto caudal de anécdotas o reflexiones en algunas secciones, pues parecen prestarse a un mayor y más profundo análisis, similar al que sí se esboza en otros capítulos, pero entiendo que no es el objeto del libro ni el objetivo del autor.

Rengel nos deja bien claro que la mentira es necesaria, fundamental, consustancial al hombre y a la naturaleza, que la falsedad no es un mal decorado, sino el cimiento sobre el que se sustenta todo. En este ensayito nos enfrenta a nosotros mismos, nos desnuda con delicadeza para dejarnos solos frente al espejo, donde, indudablemente, nos mentiremos sobre lo que vemos, sobre nuestro aspecto y sobre nuestras posibilidades.

Pues aunque hable de la mentira, Rengel no miente en esta obra, y algunas secciones pueden penetrar la cáscara del lector y llegarle a tocar alguna fibra que hubiera preferido dejar en silencio.

¿Y no es ésa la marca de un buen ensayo?

Es posible. Pero también es posible que no. Quizá todo lo que nos relata sea mentira. A estas alturas, me es difícil decidirlo.

Léanlo y decidan ustedes.

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