Jun
14
2011

25 años sin Borges



Si alguien preguntara quién es el segundo mejor científico de la historia, habría un animado debate para identificarlo. Hay muchos candidatos, y cada uno tiene sus méritos. En cuanto al primero, nadie dudaría que es Newton.

Para mí, ocurre lo mismo con los escritores. Por el segundo puesto pujan Italo Calvino, Faulkner y Chesterton.

El primero, a una distancia infinita, es Borges.

Hace 25 años moría en su querida Suiza, y era enterrado en el cementerio de Plain Palais, en Ginebra.

Jorge Luis Borges

Hoy, algunos de los mejores escritores vivos dedicarán sus columnas en periódicos y revistas a elogiarlo. No tiene sentido que trate de decir algo que no haya sido dicho sobre él o sus textos. No soy un especialista: sólo un lector que admira su obra por encima de la del resto de escritores.

Sólo me queda dedicar esta entrada al gran maestro ciego y recomendar a quienes la lean que disfruten de sus cuentos, poemas y ensayos, que entren en su universo de temas reiterativos y se maravillen con su escritura, que expandió la fuerza expresiva del español más allá de sus fronteras.

Para los que hayan tenido la desgracia de no leer nunca a Borges, creo que “Ficciones” es un buen punto de entrada. Lo sé por experiencia propia.

Leí ese pequeño volumen de cuentos en una tarde, y me dejó una buena sensación, aunque no excepcional. Pasados unos días, su contenido se decantó y me encontré reflexionando una y otra vez sobre sus historias y sus palabras. Entonces fue cuando comencé a vislumbrar el tesoro que había encontrado: tenía que volver al libro continuamente a releer un párrafo perfecto o un cuento completo, para encontrar nuevos significados o matices en cada palabra, para saborear, en definitiva, la grandeza de la literatura en la brevedad de sus historias.

Cuando le preguntaban, decía Santo Tomás de Aquino que lo que más agradecía a Dios era haber entendido cada página que había leído.

Si fuera creyente, yo le agradecería haber podido leer a Borges.

Llevamos 25 años sin él, pero mientras la palabra escrita se transmita, habrá un lugar privilegiado para Borges en el Olimpo de los escritores.

Allí, en sus libros, vivirá eternamente.


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