Aug
13
2012

Ciencia ficción, la gran derrotada



Diseccionar los géneros es siempre problemático. Los libros no surgen de las ramas de un árbol; colgarlos en una para asignarles una etiqueta es, como mínimo, artificial.

Sin embargo, las librerías lo encuentran útil para clasificarlos, los editores para hacerlos más interesantes y los lectores para dejarse guiar: la taxonomía sirve para vender.

En esta entrada hablaré en particular de una de esas categorías, la ficción especulativa, y de su relación con la ciencia ficción.

El término ficción especulativa se utiliza hoy día para englobar parte de los subgéneros tradicionales de la fantasía, el horror y (principalmente) la ciencia ficción. Concretamente la parte más comercial de los mismos, la más cercana al público.

Posiblemente este desgajamiento no resulte dañino para la fantasía o el horror; la gran agredida es la ciencia ficción. Mientras se sigue hablando de fantasía y de horror con cierta normalidad, existe un tabú sobre el término ciencia ficción. Se ha optado por eliminarlo casi de cualquier publicación generalista, empleando en su lugar el más amable de ficción especulativa.

Para indagar en los motivos de este enmascaramiento hay que sumergirse en los contenidos que plantea la cifi.

Existen decenas de definiciones sobre qué es la ciencia ficción que no pretendo replicar aquí. Para distinguirla de la fantasía utilizo un mecanismo tan simple como poco riguroso: si pudo ocurrir en el pasado, es fantasía; si puede ocurrir en el futuro, es ciencia ficción.

No es el objeto de esta entrada establecer esa definición. Ya dije al principio que cualquier taxonomía que apliquemos es artificial y es fácil encontrar ejemplos que la pongan en entredicho. Si no te gusta mi definición, busca otra mejor y asúmela como tuya. De la mía quédate tan sólo con el foco de la cifi en el futuro.

Dentro de la ciencia ficción (definida como queramos) hay dos corrientes generalmente aceptadas: la ciencia ficción soft (blanda) y la hard (dura).

De manera muy simple, la ciencia ficción hard pone el peso en la primera palabra: ciencia, mientras que la soft lo hace en la segunda palabra: ficción.

La ciencia ficción hard utiliza la ciencia como fundamento para plantear la narrativa. El rigor científico es imprescindible, las consecuencias que se extraen de las ecuaciones o problemas físicos mostrados afectan a la solución de los enigmas y los personajes orbitan en torno a los mecanismos internos de la ciencia y la tecnología, verdadero núcleo de estos textos. De manera simplista, se podría decir que la historia se pone al servicio de la ciencia o, al menos, que sin la ciencia no habría historia.

La ciencia ficción soft, en cambio, potencia el uso de esa ciencia, no su esquemática interior. No se hace hincapié en cómo se ha construido un artefacto o cómo funciona una fórmula o efecto cuántico. La ciencia es una excusa para contar una historia, un colorista telón de fondo que da vivacidad y realismo, que resalta lo que sucede pero que no se coloca él mismo en primer plano.

El propio mundo de la investigación establece una división similar entre ciencia pura y aplicada, entre ciencia teórica y ciencia práctica. En “La bola de billar” (un cuento de Asimov al que me recordó London Gardens), dos científicos, uno teórico y otro práctico, mantienen una feroz rivalidad, pues mientras el teórico desenhebra los entresijos de la ciencia sin buscarle aplicaciones ni encontrar recompensa, su colega emplea esos avances teóricos para construir inventos sorprendentes y ganar la aprobación del público.

— o —

Buscamos la evasión en las novelas, pero también entender el presente, en el que la ciencia está más a mano que nunca. Prodigios con los que nuestros padres no se atrevían a soñar y que nosotros mismos veíamos imposibles hace quince años han quedado ya obsoletos. Colocamos robots en Marte, diseñamos coches sin conductor, poseemos ordenadores de bolsillo que se comunican a través del aire. La ciencia lo permea todo. El futuro ya está aquí. Y para darle sentido tenemos a la ciencia ficción.

La ciencia ficción soft ha pasado de ser esa literatura barata sobre marcianos y naves espaciales a servirnos para entender nuestro día a día, para asimilar las maravillas que se suceden a nuestro alrededor y darles un uso práctico, para comprender cómo nos pueden afectar a corto y medio plazo las herramientas que tenemos a nuestro alcance pero que no sabemos utilizar adecuadamente. Con la ciencia y tecnología de hoy somos como niños jugando con armas cargadas: desastres nucleares, diseño de pandemias, cambio climático, escasez de combustibles y recursos naturales, clonación humana, guerras por el agua… ¿Suenan lejanos? ¿Suenan a ficción?

Por este avatar, por haber adquirido relevancia social, de entre las dos hermanas, la indudable vencedora en ventas y lectores y escritores es la ciencia ficción soft, la especulación práctica sobre el futuro.

Sin embargo, para poder formar parte del club del mainstream, de la élite literaria o simplemente para vender lo suficiente, es necesario separar el tejido que la une con su gemela y extirpar la palabra ciencia (brrr, escalofríos) de su definición.

Renombrémosla: llamémosla ficción especulativa. Dejemos el estigmático nombre de ciencia ficción para la hermana pobre, dura y compleja; para la ciencia ficción hard, ahora ciencia ficción a secas, la gran derrotada.

¿Qué queda para ella?

Los avances prácticos requieren normalmente de una teoría que los sustente. La magia que nos parece cotidiana tuvo su embrión en un concepto abstracto que se formuló sin pensar cómo aprovecharlo, planteado y desarrollado por el puro afán de conocer y dar a conocer.

El trabajo del teórico nunca aparece en las portadas y, si lo hace, es porque se le ha visto una aplicación práctica a sus estudios. No tiene reconocimiento.

Tampoco lo tiene el escritor de ciencia ficción (hard). Sus novelas y relatos ignoran o minusvaloran a los personajes y se centran en el worldbuilding, en los entresijos de la ciencia y sus consecuencias, en el funcionamiento puro de los artefactos. Son textos áridos en muchos casos, difíciles en casi todos. Exigentes. Algo que vende poco y que carece de glamour. Poca gente en el mundo de la literatura toma en serio a los escritores de cifi hard.

Pero, paradójicamente, de esta exploración rigurosa e incisiva nacen análisis que ayudan al profano y al resto de los escritores a comprender mejor el porqué de los fenómenos naturales, las fases de activación de una bomba de neutrones, las complicaciones de los viajes interestelares, etc. Explican la ciencia más compleja y sus articulaciones más profundas. Ponen al alcance de todos lo que está al alcance de pocos.

De forma similar al científico práctico del cuento de Asimov, el escritor de ficción especulativa dispone de la literatura hard para nutrirse de ideas, para entender y poder aplicar de forma todavía más sencilla las consecuencias derivadas de elementos científicos. De forma más comercial pero, quizá, de manera menos brillante.

El escritor de ciencia ficción (hard) trabaja con el auténtico material de los sueños, con intangibles números y ofuscados algoritmos, especulando mucho más allá de lo conocido y rozando, empujando con la punta de los dedos, los límites de lo comprensible. Haciendo que ese borde impermeable esté cada vez más lejos. Allanando el camino para los demás.

Indudable derrotada en ventas, pero ganadora absoluta en ideas.

Dejemos que otros jueguen con etiquetas para las portadas de los libros; a nosotros nos interesan más sus contenidos.

No olvidemos a la ciencia ficción hard.


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