Ciencia ficción: la historia futura
Para los despistados: los fantascopistas estamos realizando una lectura compartida de The Seven Beauties of Science Fiction, un soberbio libro de ensayos en el que su autor, Itstvan Csicsey-Ronay Jr. (CR7 en adelante) analiza minuciosamente siete aspectos memorables de la ciencia ficción.
Hoy me toca resumir y comentar la tercera de las «bellezas»: la historia futura. ¡Deseadme suerte!
La cifi, a nadie se le escapa, utiliza el futuro como territorio natural, como momento en el tiempo en el que tienen lugar sus argumentos, aunque como en todo haya excepciones. Para erigir de manera convincente sus escenarios venideros, ya sean hipertecnológicos o postapocalípticos, los escritores salpican las páginas con detalles precisos que favorecen la suspensión de la incredulidad. Adicionalmente, y este matiz —diría yo— es el que más diferencia a la cifi de la fantasía, establecen relaciones históricas entre causas y efectos, es decir, entre modificaciones, alteraciones o cambios y la extrapolación de sus consecuencias.
CR7 añade que estas escenas futuristas son narradas por personajes «burgueses», que interpreto como «corrientes» o «del montón». Si bien esto es válido como generalización, no creo que sea un requisito estructural, sino más bien comunicativo. Utilizar a zutano para dar voz a la lucha contra los q-biotecnobots, por ejemplo, no es más que parte de una maniobra de simplificación que pretende evitar el colapso del lector y centrar su foco de atención, como sugería aquí y como el propio CR7 confirma en este ensayo. Es perfectamente posible redactar un cuento con un narrador no humano (The Things, de Peter Watts, sin ir más lejos), pero este cambio de perspectiva será tan brutal que polarizará nuestra percepción del relato. De ahí la simplificación: la extrañeza en un elemento narrativo (entorno, personajes, etc.) requiere que el resto sean familiares para que el lector tenga donde agarrarse. De hecho, el ensayista defiende que gran parte de la literatura de género emplea esquemas clásicos de novela realista a la hora de dibujar sus escenarios, con texturas próximas al lector para que éste sea capaz de empatizar y comprender cuál sería su propia reacción frente los hechos.
La creación de imágenes convincentes de la que hablábamos responde según Itsvan a unas expectativas de ilusión profética, en sincera consonancia con la búsqueda de credibilidad para los universos de ficción: el lector quiere adentrarse en otros mundos o en el porvenir de éste (de ahí la ilusión profética) y el artesano de la palabra se lo tiene que currar para que parezcan reales. Sin embargo, a diferencia de las profecías al uso, los contenidos de la ciencia ficción se relatan en tiempo verbal pretérito («El desconocido llegó un día invernal de principios de febrero») y no futuro («El desconocido llegará un día invernal de principios de febrero»), entre otros motivos porque es un tono inaguantable durante más de dos o tres párrafos, pero principalmente porque no hay voluntad de predecir, sino (tomen asiento que vienen curvas) que se busca explicar una trama que para el lector se desarrolla en el futuro pero para el narrador acontece en el pasado. Quien cuenta la película, en resumen, ya la ha visto (por eso habla de lo que ya ha ocurrido: «el desconocido abrió la puerta y entró»).
Ahora bien, lo que en apariencia sólo se trata de una decisión de estilo del escritor, resulta ser una imposición del género. Pensadlo: si la acción está por llegar («el desconocido abrirá la puerta y entrará») pronto dejará de ser interesante pues, al no haber ocurrido todavía ni siquiera para quien lo está contando, en lugar de concentrarnos en el contenido comenzaremos a cuestionarnos la fiabilidad del narrador: ¿por qué deberíamos creer que conoce el destino? Por contraste, lo que nos relata de su pasado (en tiempo pretérito) ya le ha ocurrido, y esa aventura es real para él porque ya la ha vivido: en este caso, nuestros circuitos de verificación de engaños se relajarán y podremos disfrutar de sucesos probados o, al menos, probables.
Por recapitular: el género de Wells y Asimov depende del tiempo verbal pretérito: la ilusión de un destino ya establecido es lo que permite a la cifi ser contada, a la vez que produce futuros virtuales a los que, como lectores, vamos y venimos para comparar con el nuestro.
Por supuesto CR7 no es ajeno a que muchos episodios ficticios no ocurren como tal en el futuro, sino en otras áreas del universo o incluso en pasados alternativos. Ursula K. Le Guin, por ejemplo, sugiere que la ciencia ficción no es descriptiva sino prescriptiva, y Delany afirma que no versa sobre el futuro, sino que lo utiliza como convención narrativa para plantear distorsiones sobre el presente, lo que quiere decir que trata en realidad sobre nuestro mundo, el mundo compartido entre lector y escritor. Lo que Delany afirma es que el jugo del género se saca no sólo de la extrapolación de ideas, sino de los paralelismos que podemos establecer entre —por ejemplo— los engranajes de una sociedad «futurista» y el comportamiento actual de la nuestra, como en La mano izquierda de la oscuridad.
Pero este cogérsela con papel de fumar no convence a CR7, quien reitera que orientar la brújula hacia el porvenir es esencial para la cifi, al no ser más que una predicción imaginativa con la que damos sentido a lo que está por llegar mediante la proyección en el tiempo de lo que ahora nos resulta más llamativo, interesante o vigoroso. Ser consciente de las posibilidades futuras implica mirar atrás y contemplar cómo esas tendencias deambulan desde su origen hasta el punto al que las conduce el escritor. Estoy de acuerdo en que la extrapolación de consecuencias y la comparación de episodios «alternativos» con los del presente son las herramientas que dotan de mayor carácter al género, así como creo que el acercamiento a los tiempos y sucesos venideros —ya sean preventivos, descriptivos o lúdicos sin más— es en gran medida lo que define este tipo de literatura.
Pero el futuro, the shape of things to come, que diría el amigo Wells, no siempre ha sido objeto de reflexión. Hasta el siglo dieciocho no era más que una entelequia de baja estofa en la que, según se pensaba por entonces, se completaría todo aquello que tuvo comienzo en el pasado. En buena parte esto tenía su razón de ser en las creencias religiosas (pues el devenir del hombre estaba bastante fijado en las Escrituras) pero, al secularizarse la historia, la evolución del mundo vino a depender de las consecuencias de actos y decisiones presentes y no de los designios del Altísimo. Esta responsabilidad fue la simiente desde la que germinó la ciencia ficción, que pasó a encuadrarse según Csicsey-Ronay en el casillero literario de la épica. Frente a la lírica, que construye el mundo a través de respuestas personales, y la dramática, en el que todos los elementos se dirigen hacia una colisión de valores, en la épica prima ante todo el mundo social de las herramientas, los lenguajes y las costumbres, de donde, creo que todos asentiremos, se recopila casi todo el material para el género.
Nos guste o no es innegable que las páginas de la ciencia ficción carecen de la seriedad y el respeto que se atribuye a los textos históricos, en buena medida porque no hablan sobre hechos reales manchados de sangre sino sobre futuros hipotéticos. Intangibles siempre, quizá persuasivos, pero en todo caso ficticios. Pero, para cualquiera que lleve un tiempo observando la telaraña de metal a la que conocemos como ciencia ficción, también le será patente que sus acólitos se toman muy en serio la historia del propio género. Más que con cualquier otro área de la literatura moderna, los creadores de cifi esperan que sus lectores conozcan cómo otros escritores han imaginado sus propios mundos. Los textos de cifi no son autónomos, sino que dependen unos de otros para comparar y dialogar, como sustrato para nuevas ideas y como material humorístico para otras, etc. Las propuestas de una novela se entienden por todos —lectores y autores— como parte de un megatexto que incorpora todos los futuros fictivos que ya han sido imaginados.
Paradigmas de futuro
CR7 clasifica en tres grupos los modelos principales de futuro:
- El modelo revolucionario
- El modelo evolucionario
- El modelo dispersivo
El modelo revolucionario
El modelo revolucionario (también llamado utópico o tecnorevolucionario por CR7) fue el primero en nacer. Se fundamenta (ligero carraspeo) en los cambios radicales provocados por la actividad consciente de los colectivos humanos o, en cristiano, en el consabido «hombre contra natura», donde en lugar de «hombre» aquí encaja mejor «civilización». Abarca desde las aventuras para detener al meteorito que va a impactar contra la Tierra hasta la muerte térmica del universo, pero es crítico resaltar que, en este paradigma, el hecho nuclear de la narración (aka novum, si habéis leído este estupendo artículo) y sus consecuencias son casi en su totalidad de origen social. Esto es cierto incluso en el caso de tener un plantel de especies alienígenas atacando la Tierra, puesto que su rol aquí sería únicamente el de catalizadores de respuestas sociales a su presencia.
CR7 cita bastantes ejemplos, entre los que destacan curiosamente tres de los textos que más respeto han dado al género, pese a ser antiutópicos o distópicos: 1984, La naranja mecánica y Un mundo feliz, además de Los desposeídos, Aelita, y, más recientemente, La trilogía de Marte, de Kim Stanley Robinson.
El modelo evolucionario
El siguiente modelo, el evolucionario, representa la principal alternativa al paradigma anterior y se nutre evidentemente de los esquemas propuestos por Darwin, que proporcionan un generoso caldo de cultivo para contenidos: ascenso al estatus de conciencia divina por parte del ser humano, el declive de la raza, mutaciones, adaptaciones, etc. La evolución es el campo de batalla el que la tecnología y la complejidad superior del ser humano triunfan o son abatidos. Aquí sí tienen cabida los marcianos de Wells y su guerra de los mundos.
Desde su nacimiento, la ciencia ficción ha establecido paralelos con la cultura científica. El papel primordial de la física en la ciencia de principios de siglo tiene un reflejo en los textos tempranos del género. Más tarde, tras la Segunda Guerra Mundial, la amenaza nuclear se perfiló por los escritores, paradójicamente, más en términos biológicos que físicos. Esta tendencia, que ha variado enormemente a lo largo de los años, se encuentra hoy en su cénit, pues todos los aspectos del universo se contemplan bajo un prisma evolutivo; todo progresa o se deteriora y muere, desde la ingeniería del cuerpo humano hasta la fabricación de axiomas.
A este respecto, menciona CR7, se ha escindido una rama particularmente interesante que aplica esta maquinaria evolutiva a la «tecnoesfera». Hasta las entidades intangibles, como las leyes y las firmas comerciales, pueden introducirse en la pipeta de Darwin y sufrir mutaciones y recombinaciones. Siguiendo la estela evolutiva, se pueden asociar incluso con «memes» (Dawnkins al rescate) y sus procesos de supervivencia, dinámica de poblaciones, etc.
Como ejemplo, quizá como quintaesencia del modelo, una de mis novelas favoritas: Hacedor de estrellas, de Olaf Stapledon. También, me chivan por el pinganillo, entra en esta categoría el universo de Akasa-Puspa, de Aguilera y Redal.
El modelo dispersivo
En el tercer modelo, que ha ido ganando adeptos hasta aproximarse en popularidad a los dos anteriores, no hay una única historia mayúscula que consiste en la propagación de efectos dentro de terreno cercado y coherente de sucesos. Al contrario, las diversas formaciones históricas se escinden o dispersan a lo largo del tiempo. Es decir, la historia toma diversas rutas que se propagan por alternativas disjuntas (universos paralelos, por ejemplo). Pese a que este paradigma es uno de los más antiguos de la literatura —ya está presente en los mitos clásicos, donde las vidas discurrían por mundos estancos como el Hades o el Olimpo—, CR7 sugiere que el creciente interés por esta vía se debe a la propia trayectoria interna de la ciencia ficción: han visto la luz muchos futuros imaginarios, y casi todos han sido superados por la realidad. Hace mucho ya de 1984, y 2001 también vino con su odisea y se fue. El lector de género es cada día menos inocente debido a su sobreexposición a tantas predicciones, por lo que cada vez se encuentra más cómodo con las historias alternativas sin conexión alguna con el presente, que no le obligan a levantar constantemente la ceja y de las que puede por tanto disfrutar sin más.
Un par de ejemplos: Los propios dioses y, en fantasía, Las Crónicas de Narnia.
Viajes temporales Murray
Sin ser un «futuro dispersivo» pero tampoco sin dejar de serlo, llegamos a los viajes temporales, en los que el tiempo cesa momentáneamente de ser inexorable para convertirse en una sustancia que puede moldearse. El aspecto más distintivo de este subgénero, propone el ensayista, son los artefactos empleados para viajar —las máquinas del tiempo— aunque la «cronomoción» puede emplear mecanismos diferentes, como el descubrimiento de instersticios entre los compartimientos del «Tiempo». En cambio, lo verdaderamente relevante para mí en este caso es el tratamiento de las paradojas temporales.
Viajar al futuro no es especialmente problemático (al fin y al cabo es lo que hacemos continuamente). Donde surgen los problemas es en el viaje al pasado y en sus posibles paradojas, de las que CR7 destaca:
- La paradoja del abuelo: Yo soy mi propio progenitor.
- La paradoja del autoparricido: Viajo al pasado y mato a mis padres, previniendo mi propia existencia futura y por tanto el viaje que creó esta paradoja.
- La paradoja de la retroexistencia: Existo en el pasado como mi futuro yo.
- La paradoja del cambio perdido: Si como viajero en el tiempo mi pasado es mi presente, ¿dónde transcurre mi tiempo?
- La paradoja del presente bitemporal: Existo en el futuro y en el pasado a la vez.
Me hubiera encantado poder proporcionar ejemplos de títulos que ilustren cada una de las paradojas, pero el propio CR7 no lo hace y las enciclopedias que he consultado tampoco tiene toda esa información. Mi impresión –y puedo estar equivocado– es que algunas de estas paradojas son teóricas y todavía no ha habido nadie que las haya puesto en juego en una novela o en un relato.
Adicionalmente se plantea un problema técnico: ¿cómo puede una máquina del tiempo evitar una colisión consigo misma al ir hacia adelante y hacia atrás en sus viajes, pasando por el mismo espaciotiempo en distintas direcciones?
La máquina del tiempo de Wells es el ejemplo evidente para este subgénero, pero también El mapa del tiempo, de Félix J. Palma y hasta Un yanki en la corte del Rey Arturo, de Mark Twain.
Historias alternativas
La historia futura no es el mejor sitio para colocar las historias alternativas o ucronías, pues el único lugar donde éstas no pueden ocurrir es justo en el porvenir. Sin embargo, los géneros se solapan de alguna manera. Creo que con el nombre de un ejemplo será suficiente para entender lo que son las ucronías: Hitler victorioso, de Gregory Benford.
El hecho diferenciador en las ucronías no es la intrusión de lo nuevo, sino la mera existencia de lo diferente, de un suceso que sabemos que ocurrió de forma distinta y desde el que el escritor propaga unas consecuencias. En las historias alternativas el único testigo es el lector (pues para los protagonistas no existe una ruta alternativa, sino que la historia sigue su curso inalterado), quien contempla los sucesos imaginarios como si estuviera él mismo fuera del tiempo. Un caso concreto de pasados imaginarios lo proporciona el steampunk, en el que tienen lugar las invenciones y descubrimientos que no llegaron a suceder y cuyos escenarios suelen emplazarse en torno a la Inglaterra victoriana. Los instantes elegidos para divergir la historia son a menudo los momentos decisivos de la misma: la crucifixión de Cristo, la batalla de Waterloo, el viaje de Colón, etc., aunque en ocasiones se seleccionan escenas irrelevantes que se modifican ligeramente cada vez, en una cascada de cambios que desembocan en una realidad dramáticamente diferente, como en El sonido del trueno, de Bradbury, donde la muerte de una mariposa provoca una hecatombe de magnitudes épicas, líricas y dramáticas.
¿Ejemplos de ucronías?: Los cuentos de Alvin Maker, de Orson Scott Card, El hombre en el castillo, de Philip K. Dick, Pavana, de Keith Roberts, Que no desciendan las tinieblas, de Lyon Sprague de Camp, …
Las tres variantes (revolución, evolución, dispersión) confluyen en el mito postmoderno de la Singularidad, en el que la tecnología, como a mí esta entrada, se nos va de las manos…
Espero que este resumen os haya resultado medianamente ameno (fallo mío si no) e ilustrativo (mérito de CR7 en todo caso) y que sigáis disfrutando con las restantes «beauties» que nos quedan por contar. La semana que viene, Ciencia Imaginaria, en La biblioteca de Ilium.
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