Hic sunt dracones, de Tim Pratt
«Hic sunt dracones» es —sorprendentemente— la primera antología de relatos de Tim Pratt que se publica en español. Mi sorpresa proviene de dos hechos: el primero, que los relatos son excepcionales dentro de los parámetros que maneja el autor (de los que hablaré más adelante); el segundo, que el cuento más reciente es de 2006. Me fascina que, durante tantos años, ningún editor de copete se haya lanzado a por estos tesoros breves. Hemos tenido que esperar a la jovencísima editorial Fata Libelli para que vierta a nuestro idioma los cuentos imposibles de Pratt.
La anatomía: Hic sunt dracones se publica en formato electrónico y se compone: de un brillante prólogo redactado por las editoras (aquí se puede leer un extracto); de una lista de música para dejar volar la imaginación, una exquisita distinción de Fata Libelli, que nos propone ciertas audiciones con cada lectura; y de siete relatos del escritor estadounidense.
Distingo cuatro rasgos dentro de las historias. Quizá no sean representativos de su autor (de quien no he leído nada más), pero me parece que condensan bien este volumen:
- El primero y central: el entretenimiento. Pratt es un narrador para disfrutar, cuyas lecturas se devoran: de prosa suelta, sin juegos verbales ni tramas incomprensibles. Leer Hic sunt dracones equivale a siete toneladas de diversión.
- La colección sobresale además por el papel protagonista de las mujeres. Protagonista no implica que los relatos estén contados desde el punto de vista de una mujer: protagonista quiere decir preeminente, principal, activo. Las mujeres de Pratt no son contrapuntos a las acciones de los hombres, ni están para servir de secundarias de lujo: están ahí, dominando los relatos, por su valor propio; porque sin ellas, los cuentos de Pratt no serían cuentos de Pratt. Esta trivialidad (tan ignorada a lo largo de la literatura fantástica) aporta una riqueza particular a todas las historias.
- Como tercera faceta de Hic sunt dracones destaco el uso ligero de las convenciones del género, aunque decir que bordea el realismo mágico no es del todo preciso. Avanzo una hipótesis: sin menospreciar sus tramas, Pratt es un autor de personajes. Sé que miento al decir la anterior frase, pero también sé que digo la verdad. Escribía Borges en algún párrafo que la novela se centra en los personajes y el relato en los hechos. Podríamos afirmar, siguiendo esa distinción, que Pratt construye sus cuentos como si fueran novelas. Es un autor de matices, que no se regodea ni detiene (y bien podría hacerlo) en sus mundos ficticios, sino que los dibuja con las pinceladas exactas para levantar un decorado atractivo y verosímil (pero no barroco) por donde pasearán sus actores; un entorno de fantasía mínima, o (como se describe a la perfección en el prólogo) «una expansión posible del mundo». En esos recovecos del mundo habitan los sencillos pero inolvidables personajes de Pratt.
- Por último, el fascinante efecto que he querido bautizar como el palmo bajo el agua. Los siete relatos de esta antología son entretenidos, directos y rápidos de leer. Cuentos aparentemente superficiales, sin poso, que, inesperadamente, resuenan una y otra vez en el lector tras su conclusión. El escritor es aquí un mago que presenta despacio su truco, sin aspavientos. Cuando lo termina, vemos lo sencillas que son todas las piezas si se consideran individualmente. Pero descubrimos también que el encaje entre ellas las empuja en nuestra conciencia un poco más de lo que les estaría permitido por sí solas. Vistos desde la distancia, los cuentos de Pratt deberían flotar, ser olvidables; en cambio, se hunden un palmo bajo el agua, permanecen.
Del septeto de historias, se puede argüir con facilidad que Sueños imposibles es la mejor, un relato perfecto galardonado con el Hugo en su categoría (los VerdHugos hablamos de él en este episodio del podcast). Por no seguir extendiéndome y según mis preferencias, situaría los demás cuentos en este orden: El pez limpiafondos, La copa y la Mesa, El sótano del mundo, Vida petrificada, Hart y Boot y, por último, Vida con la arpía.
Tim Pratt, además de prolífico, es un autor tremendamente apreciado por sus lectores. Hic sunt dracones demuestra que su fama, su inmensa popularidad, no es en absoluto inmerecida.
Nota: Podéis encontrar otra reseña de Hic sunt dracones en el blog Sense of Wonder.
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