Wauk Egan y Rax
— No sé sobre qué escribir hoy, ni para quién — dijo Rax.
— No lo harás — dijo Wauk Egan –. No escribirás.
— Claro que lo haré. Quiero hacerlo. Sólo que… estoy algo cansado. Desorientado. Me faltan las fuerzas.
Sentados en el porche de la casa pasaban una de las últimas noches de verano. Egan abrió los brazos, abarcando los campos abandonados de Illinois.
— No lo harás. Nadie espera para leerte. No hay nadie.