Mañana Todavía, doce distopías para el siglo XXI
Doce relatos distópicos nos ofrece «Mañana Todavía». Ricard Ruiz Garzón, el antólogo, encargó la confección de los textos a varios autores españoles de mayor o menor envergadura pero —y esto es lo importante— que ya hubieran ahondado en el género distópico en alguno de sus trabajos previos. Buscaba solvencia contrastada. Con pocas excepciones, lo ha logrado.
Seré breve y franco para quien no quiera gastar el tiempo leyendo reseñas: el libro merece mucho la pena. Se trata, posiblemente, de la antología más interesante que se ha publicado en años dentro del género, con cuentos muy por encima de la media de los incluidos en recopilaciones como «Prospectivas» o las dos «Terra Nova».
Poca gente quedaba que, a aquellas alturas, no estuviera al tanto de la primera verdad fundamental sobre WeKids: era total y exclusivamente para niños.
La primera sorpresa la recibe el lector de ciencia ficción con el relato que abre el volumen, «WeKids», de Laura Gallego. La popular escritora de libros juveniles ha logrado que me trague mis prejuicios con un cuento muy bien trenzado —aunque pobre literariamente— donde explora las consecuencias de, digámoslo así, un Facebook para menores de quince años. Eso sí, por más que agrandemos la definición, no tiene nada de distópico.
Las grandes corrientes oceánicas son ahora interminables atascos de pateras que yerran a la deriva, rumbo a ninguna parte, desde que las aguas cubrieron las montañas.
Tras el buen arranque le llega el turno a Emilio Bueso y su «Al garete», un texto soberbio, escrito posiblemente con la mejor prosa del volumen, rica y tremendamente controlada, con la que se zambulle en una Tierra inundada a la manera de «Waterworld». Tan sólo le fallan el afán final de impacto y un par de detalles argumentales. Seguid ignorando Cenital, pero leed este relato.
En mitad del desierto de Mongolia, detrás de unas lomas artificiales, aterrizó poco antes del atardecer un helicóptero de última generación; una parejas de naturales españoles, cartaplatinos de Madrid, bajó del vehículo.
Con Elía Barceló aparece el primer tropiezo del volumen. La denominada «gran dama» de la ciencia ficción española presenta «2084. Después de la revolución», una historia pobre, confeccionada con retazos de otros textos (ninguno suyo), donde, por no dejar dudas, no hay nada que se salve.
El invierno llegó aquel lunes como pudo llegar cualquier otro día de noviembre. Pero llegó precisamente aquel lunes. Y lo hizo sin avisos, manifestándose de repente como una obra ya terminada, con sus temperaturas de saldo climático y una ráfaga de viento ártico que nos obligó a todos los que nos apretábamos en la parada de autobús a subirnos las solapas del pijama.
Por suerte, después de la decepción es el turno de las brillantes «Instrucciones para cambiar el mundo», de Félix J. Palma. Con su habitual elocuencia, Palma desarrolla una distopía de amor y humor que da un giro alegre al tono ominoso del volumen. Si bien la riqueza verbal de «Instrucciones» es a veces excesiva, la historia lo reclamaba.
A nadie pareció importarle lo que decía, de la misma manera que a ella nunca le importaron demasiado las personas que no podían acceder al Sector Uno.
«El error», de Rosa Montero, es uno de los cuentos que más polémica ha generado antes de la publicación de la antología. Se trata del único que no se ha realizado por encargo (según indica Garzón), sino que se ha rescatado de un suplemento de «El País». Muy afín a «Blade Runner», como su novela «Lágrimas en la lluvia», el relato es competente, por más que la jugada de incluirlo nos haga sospechar más del valor comercial que del literario.
En ese momento, todos los que estábamos mirando a través de unos prismáticos pudimos ver cómo el hombre caía de rodillas, inclinaba el torso hacia delante, y lanzaba un largo chorro de sangre por la boca.
Juan Miguel Aguilera, uno de los nombres propios del género en España, relata en «Limpieza de Sangre» la historia de una Europa devastada por una plaga que se contiene sellando las ciudades. Si esto suena intrigante, lo es. Por desgracia, este arranque no tiene solución de continuidad y la historia y el interés se diluyen a lo largo de sus bastantes páginas. Sin que estorbe, no es un relato memorable.
Llevamos tanto tiempo escondiéndonos que ya no recordamos de quién.
Es el de Marc Pastor quizá el texto que más desarrolle las raíces de la sociedad distópica en la que se encuadra. «Camp Century» es una historia sólida, aunque no excepcional. Quizá en otro contexto hubiera brillado, pero en «Mañana Todavía» se queda algo apagada.
Lo que sigue es torpe, frenético y bastante aparatoso. Él parece quedar satisfecho. Debería estarlo, he activado mi chip de placer en modo sumiso, así que no tendría que haber ninguna queja.
«En el ático», de Rodolfo Martínez, es una gran historia de corte clásico que me ha recordado a alguna obra de Kuttner. El editor de «Sportula» propone un escenario que podría ser apasionante y no ahonda en él. Creo que el grado que le falta al relato para saltar del «bueno» al «excelente» está ahí.
Cuando el niño estuvo a su lado y le mostró el objeto, Mael sintió un temor repentino. Aunque desconocía de qué se trataba, gravitaban sobre él tres generaciones emitiendo severas advertencias que hablaban de pequeñas cosas como aquella, los pavorosos Móviles.
Desde el ático de Martínez nos despeñamos con el peor relato (con diferencia) de la antología. José María Merino, académico de la RAE y «uno de los mejores narradores vivos en lengua castellana», según RRG, no podía haber presentado algo más nefasto si se lo hubiera propuesto. La historia es directamente un insulto al lector, y la prosa es vergonzosa, no ya para un académico, sino para cualquier usuario del castellano. El amateurismo y la torpeza de «La Inteligencia Definitiva» pugnan a cada línea. Bochornoso.
Le alteraba pensar en que un bisturí podría abrir su carne, aunque fuese un simple corte, de apenas un centímetro, para introducirle una almohadilla de silicona.
A continuación viene el único pero en el orden de los relatos que puedo plantearle a Ruiz Garzón. Tras la vergüenza de Merino coloca otro mal relato, «Gracia», de Susana Vallejo. Una historia a medio hacer que cuenta como único atractivo con una Barcelona del futuro, gris como el propio texto.
Su niñera habitual llevaba unos días indispuesta, y aquella muchacha era demasiado joven, había llegado con retraso y mascaba chicle como si su forma de gesticular fuera una declaración de principios, como quien pretende poner de manifiesto una actitud frente al mundo.
El penúltimo cuento viene de la mano de un especialista, Juan Jacinto Muñoz Rengel. La inquietante historia de «Colapso», tan bien narrada como todos los relatos de Muñoz Rengel, aborda cuestiones sobre el control y la dependencia tecnológica con el muy habitual giro en la última frase.
Tres anillos para las personas que gobiernan al grupo étnico élfico.
Siete para las personas del grupo étnico que tallan la piedra en viviendas también de piedra.
Nueve para las personas humanas con un destino propio.
«Mañana Todavía» deja para el final el más largo de los textos, más de cien páginas de Javier Negrete y sus «Centinelas del Tiempo». Doble acierto: por un lado, colocar antes una historia tan larga hubiera roto el ritmo de muchos lectores (entre los que me incluyo); por otro, no se puede terminar mejor esta antología. No se trata de que sea el mejor relato (no lo es), sino del sabor de boca con el que se concluye el volumen. Puede encontrarse prácticamente de todo en esta novela corta: ironía ante la estupidez de lo políticamente correcta, pasión por los libros y una estupenda defensa de la lectura libre, homenajes a Anderson y Bradbury, etc. Negrete sabe tocar ese filamento melancólico y juvenil, que guardamos dentro los lectores, y hace que resuene con una hermosa historia.
La valoración de «Mañana Todavía» es, por tanto, claramente positiva. Pese a las inevitables ovejas negras, esta antología convence tanto que sólo cabe aplaudir la iniciativa de Fantascy, a la que desde aquí ruego que repita el experimento con otro subgénero y otros autores.
Paradójicamente, las distopías me han devuelto parte de la esperanza.
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