Nace una envidia tensa cuando nos encontramos con alguien ligeramente superior a nosotros: lo percibimos casi como un  igual, con dones al alcance de nuestra mano. Sólo medra entre nosotros una breve distancia, salvable con voluntad, trabajo y esfuerzo. Nos cuesta aceptar su supremacía porque no la entendemos como algo definitivo, sino temporal.

Cuando por el contrario nos hallamos frente a frente con un genio, con una obra de proporciones tan descomunales que no sólo está por encima de nosotros sino que nos amplía las dimensiones de lo que nos parecía concebible, podemos relajarnos y disfrutar: no hay rivalidad posible, sólo admiración.

David Foster Wallace (DFW) es una de esos genios. No es, sin embargo, un escritor que se pueda recomendar a la ligera. En sus libros, escritos con libertad de movimiento y sin trabas de espacio y tiempo, la potencia analítica y reflexiva de una mente prodigiosa es abrumadora. Verdadero material para adultos, no es apto para todos los públicos.

Pero este no es un libro de DFW, sino sobre DFW: veinte entrevistas con el escritor estadounidense que conforman una hoja de ruta perfecta para adentrarnos en el universo Wallace. La limitaciones propias del formato periodístico, lejos de enclaustarlo, nos lo muestran condensado y auténtico. Como el propio DFW dice con su clásico toque mitad humildad, mitad orgullo, “lo que puedo hacer es darte una rodaja de mi cabeza y dejarte ver un corte transversal del cerebro de una persona medianamente brillante“.

Las entrevistas compiladas para Conversaciones por Stephen J. Burn y publicadas en castellano por Pálido Fuego, siguen el arco vital del escritor desde su inicios, cuando como salido de la nada escribe La escoba del sistema y la vende en una encarnizada subasta entre editoriales por 20.000$ (algo inaudito para un escritor novel), hasta las últimas entrevistas con el ya reconocido y portentoso escritor que lidera la literatura norteamericana y, por ende, la mundial. El último capítulo del libro es un artículo sublime de David Lipsky sobre los últimos años de Wallace; concluye, inevitablemente, con su suicido.

Portada de Conversaciones

Algunas de las entrevistas sólo amplían o matizan lo que ya se ha dicho en otras, pero la inmensa mayoría tiene tanto peso específico como para que el libro se devore, lea y relea con el fervor y la emoción que sólo los grandes textos inspiran. En mi caso, éste es el volumen que más anoté y subrayé en 2012, y uno de los que más me ha dado que pensar.

“El lector” dice Wallace “se marcha del arte auténtico mucho más pesado de lo que entró“. Eso sucede con este libro. Alejado de la petulancia y el sectarismo de muchos intelectuales, DFW profundiza con elegancia en un vasto rango de  materias, desde los trabajos de autores consagrados (“Lo verdaderamente peligroso de las técnicas de Carver es lo fácil que parece imitarlas. No parece que cada palabra y línea y borrador hayan sido escritos con sangre.“) hasta los medios de comunicación (“es miope culpar a la televisión. Ella es simplemente otro síntoma.”), los malos libros (“Creo que algunas cosas comerciales evidencian un verdadero desprecio por el lector“) o el rock (“ayudó a cambiar las divisiones fundamentales de los Estados Unidos de divisiones geográficas a generacionales“).

Autoconsciente hasta la demencia, da la impresión de que todo lo que se puede decir sobre DFW ya lo ha dicho DFW. Citándolo de nuevo (Foster habla a propósito de El señor de los Anillos), Conversaciones con DFW es “una lectura cojonudamente buena“.

Relájense. Y disfruten.