La experiencia de un lector digital
La misión principal, si no la única de un blog, es ser útil a sus lectores. Por eso quiero contarte mi experiencia leyendo libros en formato digital, sin ánimo de convencerte de sus bondades. Creo que puede resultarte útil si estás pensado en dar el salto a la tinta electrónica y todavía eres reticente, o si ya tienes uno y te interesa saber qué opinan otros compañeros de aventura.
Puede que seas una de esas personas que dicen que no creen que los libros digitales sean lo suyo, por muchas ventajas que digan ofrecer, que nada podrá reemplazar al tacto y el olor del papel.
Hace menos de un año, yo opinaba exactamente lo mismo.
Como informático y aficionado a la tecnología en general, había preguntado con curiosidad a varios amigos acerca de sus lectores electrónicos. Todos, sin excepción, me hablaban de lo satisfechos que estaban con sus (diferentes) dispositivos, de lo útil que resultaban y de lo satisfactorio que resultaba leer en un ereader.
Seguían sin convencerme.
Para mí, un libro tenía que estar impreso, tenía que poder tocarlo, abrirlo, olerlo y sentir la edad del papel. Admirar (o aborrecer) su portada, su tipografía excelente o detestable. Pasar una página se convertía en algo muy similar a una experiencia mágica, un ritual.
Llevado por los altos costes de envío y los plazos desde Amazon en EEUU (donde suelo comprar bastante), decidí hacerme al final con un Kindle. Así evitaría demoras (el envío es instantáneo, a través de la red), y me ahorraría bastante dinero, pues los gastos de envío desde USA suponen casi la mitad del importe de un envío corriente.
Mi primera impresión fue de sorpresa. No pensaba que una pantalla pudiera ser tan poco “agresiva”. Era muy similar al papel.
Para los que no lo sepan, los lectores de libros electrónicos utilizan pantallas de tinta electrónica. Este material no emite luz (a diferencia de las pantallas de ordenador o de las tabletas), sino que fija el texto de la página mediante impulsos eléctricos. Hasta que no llegue un impulso (como el que se envía al pulsar el botón de “pasar página“), el texto permanecerá invariable: la pantalla ha sido “escrita”. Incluso si la batería se acaba, el texto seguirá allí, porque sólo cambia el contenido de la página cuando se le envían los impulsos eléctricos.
Esta es una característica importante, ya que permite que la lectura en este material sea tan gratificante como en papel. De hecho, podría decirse que la pantalla de un lector electrónico es como un papel que se reescribe a voluntad.
Mi segunda impresión fue de comodidad. Cualquier dispositivo lector es menos voluminoso que la mayoría de los libros que se manejan por un lector medio. Mucho menos. Y ofrece múltiples ventajas frente a un libro tradicional.
Para empezar, la página que se está leyendo permanece siempre seleccionada, hasta que decidamos pasarla. No es necesario doblar una punta o dejar el libro en una mesa abierto, boca abajo, para guardar el punto de lectura. Podemos apagarlo y volverlo a encender, y la página, como el dinosario de Monterroso, seguirá allí. Podemos comer y dejar el libro en la mesa, y seguir leyendo: no se cerrará. Podemos mantener una posición de lectura incómoda: sólo necesitamos un dedo libre para pulsar el botón de pasar página. Piensa en todas las veces que no has podido acaciar a tu pareja por tener las dos manos ocupadas en coger un libro, y ya empezarás a ver ventajas (o las verá ella)…
Al menos el Kindle, tiene un diccionario integrado. Basta con posicionar un cursor mediante unas flechas incorporadas sobre la palabra desconocida, y al instante aparecerá su definición. Podemos pulsar otro botón y tomar notas sobre el texto (¡sin mancillarlo!), e incluso compartir párrafos en nuestras redes sociales.
Pero ha sido la tercera “revelación” la verdaderamente poderosa. Se trata de una anécdota que me ha ocurrido hoy y que me ha hecho reflexionar seriamente sobre la excelencia de los libros electrónicos y decantar la balanza a su favor.
Estoy enfrascado en la lectura de “El temor de un hombre sabio“. Como también ocurrió con el primer libro de Patrick Rothfuss, este segundo me está resultando muy entretenido. Compré la edición digital el mismo día de su publicación, y lo leo con la frecuencia que puedo que, para mi desgracia, es bastante baja.
He llevado a mi hija a clase de inglés por la tarde. No me he acordado de coger el dispositivo para seguir leyendo. Sin embargo, dado que Amazon tiene todo un ecosistema de aplicaciones por las que permite compartir un libro que se haya comprado a través suya en tus diferentes dispositivos (Kindle, ordenador, smartphone, etc.), he cogido mi teléfono móvil y… allí estaba el libro. Sincronizado por la última página que había leído.
He pasado leyendo una hora que daba por perdida. Para un amante de los libros, no puede haber un argumento mayor.
Que cada uno saque sus propias conclusiones y se enfrente a sus dudas. Repito lo que he dicho al principio de este post: no quiero convencerte. Ni la mejor de las soluciones funciona para todos los casos, pero creo que si pruebas la experiencia, me lo agradecerás.
¿Cuál es tu experiencia con los libros electrónicos? ¿Eres un “converso” como yo, o sigues prefiriendo el papel a la tinta electrónica?
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