He meditado mucho antes de publicar esta entrada. Mi reacción inicial tras el diálogo que incluyo a continuación fue de rabia e impotencia. Pensé inmediatamente en escribir este post. Luego quise dejarlo correr.
En frío he reflexionado sobre las implicaciones para mí, para el editor, para otros escritores. Sobre los posibles daños directos y efectos colaterales. Sobre las malas interpretaciones.
Los aspirantes a escritor como yo somos el eslabón más débil en la cadena alimenticia literaria. Estamos llenos de miedos e inseguridades, de desconocimiento sobre el arte de la escritura y sobre la industria editorial. Es fácil engañarnos, es fácil ningunearnos, es fácil aprovecharse de nuestro trabajo e ilusión. Hay pocos sitios donde enviar nuestros textos, pocos oídos que nos escuchen y ojos que nos lean. Pero que haya pocos no quiere decir que debamos tolerar cualquier cosa de ellos, al igual que no permitimos que nos pisen en nuestro día a día: no todos los contratos son válidos porque no todas las condiciones son dignas. Y el respeto y la dignidad es la base sobre la que debe labrarse toda relación.
Al final, este aspecto, la fragilidad de los colaboradores, es lo que me ha decidido. He concluido que esta correspondencia puede servir a otros, y que ese peso, el de la utilidad, es mayor que el del silencio: frente a callar esta historia y preservar la buena imagen de todos, he creído más beneficioso contar qué se puede esperar de la revista miNatura y su director si surge algún problema. Sé que haciendo esto yo pierdo algo en el proceso y puede que dañe mi propia imagen o proyecte la de una persona belicosa. No lo soy, pero eso no me corresponde a mí juzgarlo.
Así que sólo expondré el caso, para lo que pueda valer. Con el fin de ser tan imparcial como sea posible, omito cualquier tipo de análisis, reflexión o crítica.
Que cada uno saque sus propias conclusiones.
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